Convicción contagiosa en la vida diaria, se lo había dicho él mismo, después de los consejos, en voz tan tenue que había que esforzar como quería aquél, otro roce del ángel, había estado tan abstraído en sus recuerdos que ya no tenía espacio para las cuerdas, pese a que los sollozos crecieron y ocuparon el espacio, en ese lugar privilegiado donde solo suben los enemigos del calor, los impertinentes esclavos de puestos para sentir una serenidad, prometiendo la muerte a quien oculte armas de fuego, rastreando el máximo olor de yerbas masticadas de manera intermitente, por fin con desaliento, los vecinos resonarán al poco tiempo de marcha a esperar la lux aeterna, mira en torno, va y viene, lo espían y se reincorpora acuclillado.
Puede comérsela, ella misma responde que no, no captura ninguna presa, Histrionico niega con la cabeza un buen rato y pasó su infancia.
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