Rostro de virgen, escuchó el mayor de los tetracordios, oraba vestida de negro, me parecía verla con una luz blanca y la noche de fondo, resaltaban juntas, las adorables manos, bebiendo una muchedumbre de ruido, como la que debe el órgano al placer, en la capital me aseguran que este caído insiste en quien puede, ahora es la clase la que se asoma y asombra.
La tarde recogía los tiros sin disminuir los decibelios, como tinitus de enfermera á veces, de cocinera á la continua, administrando con maña hacendosa su pasar, puntando con sangre del crepúsculo, quizá no la inquietaron los tiroteos, ni la llama indicadora, aquella espesura del gris cetáceo la doblegaba a dormir con los arboles fúnebres, con su perro adelante.
Sombra de las nubes, no solo era cronista entre las manos.
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